Evitar grandes riesgos puede llevarnos a minimizar otros más rutinarios, pero potencialmente mortales

por | Jul 12, 2021 | Nuevas Miradas

El miedo al coronavirus nos ha tenido prisioneros durante suficiente tiempo. Entre las mascarillas, el distanciamiento social, las nuevas variantes y la cada vez más próxima reapertura del comercio, algunas personas sienten que están jugando a una Ruleta Rusa con sus vidas. 

Y aunque es normal sentir ese nivel de aprehensión en el caos, para los economistas de riesgo, esa sensación resulta peculiar: la probabilidad de morir en un juego de Ruleta Rusa es de 1 en 6, y la probabilidad de contraer COVID-19 cuando estás al aire libre y distanciado -y luego morir, siendo una persona joven y saludable- es de menos del 1%. ¿A qué deberíamos temerle, entonces?

¿QUÉ RIESGO ESTÁS DISPUESTO A CORRER?

Muchas personas han recurrido a la bicicleta para movilizarse por la ciudad, evitando así las aglomeraciones del transporte público. Para Allison Schrager, economista y columnista de Bloomberg Opinion, ese hecho la deja perpleja: “Creo que los seres humanos estamos bien equipados para tomar decisiones de riesgo inteligentes, a pesar de nuestros prejuicios. ¿No resulta más peligroso andar en bicicleta por la calle?”, se cuestiona.  

Sin embargo, ese comportamiento no ha sido inusual. Casi un año después de la aparición del virus, todavía es común ver ciclistas sin casco, pero con mascarillas transitando por la ciudad de Nueva York, una de las más pobladas del mundo. Y los datos hablan por sí solos: tras años de declive, la tasa de muertes por accidentes de tránsito se disparó en 2020. A nivel nacional, en Estados Unidos murieron 38.680 personas en la carretera, un 7% más alto que en 2019, a pesar de que se condujeron menos kilómetros debido a las cuarentenas. Hasta el año pasado, las muertes por accidentes de tráfico habían tenido una tendencia a la baja, porque los automóviles se han vuelto mucho más seguros.

El año pasado mostró cifras atípicas debido al comportamiento riesgoso de los conductores. Los estadounidenses conducían más rápido, no usaban cinturones de seguridad y tenían más probabilidades de estar bajo los efectos de las drogas o el alcohol, mientras estaban detrás del volante. Las personas también pasaban más tiempo en motocicletas, a veces sin licencia. Todo esto fue durante un año que pasamos con extrema precaución cuando se trataba de la mayoría de los otros aspectos de nuestras vidas, pero en el cual decidimos correr más riesgos en la carretera

EL RIESGO DEL MIEDO

Vivir bajo las duras restricciones sanitarias nos hizo querer liberarnos, y esa es, en realidad, la respuesta común frente a los riesgos del tamaño de una pandemia. 

A las amenazas grandes, visibles, pero poco frecuentes -como las pandemias o el terrorismo- los psicólogos las denominan “riesgos temibles”. Cuando observamos un peligro catastrófico que mata a muchas personas, tendemos a fijarnos en él y, en consecuencia, a menudo terminamos minimizando otros riesgos más rutinarios. A veces nos comportamos de manera más imprudente en otros aspectos de nuestras vidas, lo que luego aumenta nuestro riesgo general.

Por ejemplo, después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en las Torres Gemelas, la gente temía volar y, en cambio, conducía más, aunque es mucho más probable que alguien muera en la carretera que en un avión. El psicólogo Gerd Gigerenzer estimó que 1.500 personas murieron el año posterior al ataque porque querían evitar la posibilidad de morir en un avión

Según él, eventos tan traumáticos como el 11 de septiembre conllevan 2 tipos de peligro: el daño directo del incidente y el daño indirecto, causado por los cambios de comportamiento que nos llevan a tomar decisiones más arriesgadas. 

La razón por la cual las personas se obsesionan con los “riesgos temibles” podría ser evolutiva. Cuando los humanos vivían en grupos más pequeños de cazadores-recolectores, un evento catastrófico, aunque improbable, tenía el potencial de acabar con toda tu familia o la comunidad. Esa era una amenaza mucho mayor que los riesgos cotidianos más pequeños que sólo afectan al individuo.

¿LA CURA? ¡INFÓRMATE!

Dos cosas determinan los riesgos que asumimos: cómo percibimos un peligro potencial y cómo respondemos a esa percepción.

El año pasado, la información que alimentó nuestras percepciones de riesgo fue confusa y, a menudo, engañosa. Nos inundaron de imágenes y estadísticas sobre la pandemia, pero no sobre accidentes automovilísticos. Esto hizo que la pandemia se sintiera como la amenaza más grande e inmediata para nuestras vidas. Es cierto que para muchas personas lo fue –muchas más personas murieron por COVID-19 que por accidentes automovilísticos. Sin embargo, no todas las actividades eran igualmente riesgosas. Para la mayoría de nosotros, socializar al aire libre era más seguro que conducir de forma imprudente.

También escuchamos declaraciones inconsistentes de las autoridades de salud pública, y las guías sobre qué actividades son más seguras que otras siguen siendo poco claras y sujetas a modificaciones. Algunos miembros de la comunidad médica incluso desanimaron la comparación del COVID con otros peligros, porque en los primeros días aún se desconocía mucho. Por muy bien intencionado que fuera, nos dejó tratando de dar sentido al riesgo según nosotros mismos, a veces a partir de datos incompletos o poco fiables.

La presión social también distorsionó nuestras percepciones: tomar medidas extremas para mantener tu riesgo de contraer COVID en cero, se consideró virtuoso y bueno para la comunidad, mientras que acelerar o conducir bajo la influencia de sustancias -algo que también representa un daño para los demás- no recibió la misma atención. Hubiera sido más inteligente aceptar algunas actividades que involucraban riesgos calculados de bajo nivel, en lugar de evitar cualquier posibilidad de contagiarse del virus para luego realizar una actividad que conllevaba una probabilidad mucho mayor de un resultado fatal.

“Quizás el problema no sea que seamos criaturas defectuosas que no podemos entender las probabilidades o evaluar razonablemente el riesgo”, explica Schrager. “Tal vez sea sólo que nunca obtuvimos información muy precisa de los medios de comunicación o las autoridades de salud para ayudarnos a evaluar todos los peligros relativos que enfrentábamos”, dice. 

La próxima vez -porque sí, los expertos nos dicen que habrá una próxima vez- debería ser posible comunicar los riesgos con mayor claridad y luego confiar en que las personas asuman aquellos más inteligentes y equilibrados. Esto nos permitirá disfrutar de las cosas pequeñas, como una cena al aire libre con amigos, y evitar riesgos más peligrosos… y eso es lo que realmente nos hará más seguros.

Por Equipo Espacio Mutuo

Mutual de Seguridad

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